lunes, 10 de octubre de 2016

En los momentos difíciles no se les quiere menos

Me resulta sumamente frustrante que durante el día me lluevan ideas para llenar el blog, y que para cuando por fín me siento ante el PC todas se hayan desvanecido. Así no hay manera de escribir con asiduidad.

También me da un poco de vergüenza pereza estar escribiendo siempre sobre lo mucho que adoro a mi pequeña, lo rapidísimo que aprende (un día de estos tengo que hacer un listado de todas las palabras que domina, porque ¡ya son docenas!) o lo increíblemente mágico de esta experiencia. Y lo peor de todo es que cuando creo que he encontrado un tema interesante, no consigo recordar si ya lo he sacado antes.

Quizás es hora de dedicar unas líneas a los momentos más difíciles de nuestro día a día para que no se diga que el blog no refleja la realidad porque solo escribo cosas bonitas. En orden tal y como se me van ocurriendo:

1. Esas noches en las que se despierta tres o cuatro veces. Unas veces ha hecho caca y hay que cambiarla (totalmente comprensible, no se la puede culpar por querer un pañal limpio), otras son los dientes (no nos gusta darle demasiada medicación, así que si le empieza a doler un poco, duerme mal) y otras... pues no lo sabemos. Pesadillas, gases, sed (en cuyo caso pide agua muy claramente), take your pick que dirían en inglés. Y sí, si llora nos levantamos. Si se queja esperamos unos segundos para ver si está despierta o simplemente está dando vueltas por la cuna y se vuelve a dormir, pero si llora la atendemos. Y me da muy igual que me digáis que la vamos a malcriar y esto y lo otro. Punto.

Aquí voy a hacer un inciso porque hay algo que me pone de muy mal humor. Si la niña pide que la coja en brazos y lo hago, la opinión general es que la estoy malcriando. Si tiene una rabieta y en lugar de reñirla la consuelo y la abrazo, la estoy malcriando. Si permito que "escoja qué comer", la estoy malcriando. Si me levanto por la noche a consolarla cuando llora, la estoy malcriando. Si dejo lo que estoy haciendo para ir a jugar con ella cuando me llama, la estoy malcriando.
PERO luego, cuando la niña come bien, cuando se porta bien, cuando se acurruca a mi lado, cuando demuestra lo segura e independiente que es, cuando se entretiene sola, cuando comparte sus cosas... entonces la opinión general es "¡qué suerte tienes! ¡qué niña más buena te ha salido!". asdljhasidhpqwneqpwhoiands (esto soy yo conteniéndome las ganas de escribir una ristra de palabras malsonantes).
Quizás, quizás, la niña es como es porque estamos haciendo algo bien.

2. En relación al inciso, también es muy duro aguantar los juicios de la gente. Los radicales de la crianza del apego piensan que no le di el pecho suficiente (qué más habría querido yo que poder darle el pecho hasta hoy mismo), que no durmió en mi cama lo suficiente, que debería haber dejado mi trabajo para tenerla en casa hasta que cumpla los 3 años. Al otro extremo tenemos a los que piensan que a los peques hay que disciplinarlos, que hay que dejarlos que lloren hasta que se duerman (voy escribiendo esto y sigo pensando que no.me.cabe.en.la.cabeza que haya gente que piense así), que me dirían que soy una blanda y que mi hija me toma el pelo (a tomar por culo freir espárragos los mandaba yo a estos). Hagas lo que hagas siempre va a haber gente dispuesta a juzgarte y criticarte. Yo sé que no soy perfecta, pero vosotros tampoco. 

3. Venga va, añadiremos las rabietas. Qué palabra más horrible, rabieta. Yo a partir de ahora voy a llamarlas crisis emocionales, porque eso es lo que son. Hace poco más de 17 meses, el pequeño troll aún no había visto la luz del sol. Como adultos entendemos que aún después de nacer nuestro bebé se sigue desarrollando. Su cuerpo crece y se endurece, su coordinación, su equilibrio, sus movimientos se afinan. Sabemos y comprendemos que es un proceso. Y aún así nos sorprendemos soberanamente cuando descubrimos que los peques también necesitan un desarrollo emocional. Pretendemos que una personita que ni siquiera sabe atarse los zapatos consiga lidiar con avalanchas de sentimientos que no puede ni nombrar, ni entender, ni procesar. 
A estas alturas cualquier cosa puede desencadenar una crisis de mayores o menores proporciones. Quería el sandwhich entero y lo has cortado por la mitad. No le has echado suficiente agua en el vaso. Le has echado demasiada agua en el vaso. No entiendes cual de todos los videos musicales que le enamoran quiere ver en ese preciso instante. 

¿Cómo lidiamos en casa con las crisis? Con amor. ¿Funciona siempre? No al instante. Si el llanto está durando mucho nos resignamos a intentar distraerla con algo, pero no es ideal. Lo ideal es poner palabras a lo que está sintiendo, explicarle que es normal, ofrecer contacto físico si lo quiere y dejar que la crisis siga su curso y pase por si sola. Y la próxima vez, preguntar antes de cortar el sandwhich.

4. Los momentos "¿dónde está mi "yo" de antes de ser mamá?". Soy consciente de que este sentimiento es pasajero y es producto del hecho de vivir en medio de la nada y a 45 minutos en coche de mis amigos más cercanos. Tampoco es muy frecuente. Pero no por eso es menos difícil.
En general me ayuda el pensar que todo este tiempo que le dedico a ella (volvemos al tema de la crianza del apego) es una inversión en su futuro. Pero que mami tuviera una noche libre de vez en cuando tampoco le haría ningún mal (sobretodo porque se va a dormir a las 7). El problema es la pereza absoluta que le da a mamuchi tener que meterse en el coche una hora y media para igual estar por ahí dos horas.


5. La número 5 en realidad debería ser la número 1, porque es lo más difícil de todo este proceso: verla sufrir. Por más que quieras a tu hija, por más que hagas todo lo posible por ahorrarle sufrimiento, la pequeña va a llorar. Va a tener días de fiebre, de dolor de muelas, de sueño sin poder dormir (y recemos para que sólo sean esas minucias). Y oír ese llanto y no poder hacer nada, eso es lo más duro de todo.


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