viernes, 15 de mayo de 2015

10 días

Primeros 10 días sobrevividos.

En casa hemos perdido la noción del tiempo. Día, noche... todo es un contínuo de despertar a la peque, conseguir que coma y ponerla a dormir de nuevo. Dos horas de descanso (más o menos) y vuelta a empezar. No es una queja, porque es lo que toca, pero eso no quiere decir que sea fácil. Cada pausa se convierte en una difícil decisión: ¿Qué hago con mi tiempo? ¿Como? ¿Duermo? ¿Me arriesgo y hago un poco de vida personal?

Hemos ido navegando las aguas de la maternidad con buen rumbo hasta hace poco, cuando tomamos una decisión poco menos que acertada: la introducción del biberón. Fue una decisión reflexionada y apoyada por la doctora, por miedo a que la peque no estuviera comiendo suficiente (hacía dos días que no encontrábamos #2 en los pañales).

Las primeras dos veces fue muy bien, redujo muchísimo el tiempo que tardábamos en darle de comer y nos dió un merecido descanso por las noches. De ahí en adelante, ha tirado mis progresos en lactancia por la ventana.

Ahora toca eliminar el biberón y volver a empezar de cero. Y si no fue fácil empezar hace 10 días, cuando sus instintos estaban a tope y la oxitocina aún corría por mis venas, ahora va a ser una batalla día tras día.

Frustración, decepción, desesperación. Uno siempre piensa que lo más difícil es poner al bebé a dormir y nadie te explica que conseguir darle de comer puede ser aún más laborioso. Nadie te prepara para esos momentos en que la falta de sueño y de comida te hacen mirar a ese pedazo de ti y preguntar ¿Qué problema tienes? Hace tres días todo iba tan bien...


Es una montaña rusa de crudas emociones, todo se vive con una intensidad diferente. Cada sentimiento es abrumador y apabullante, y lágrimas de todo tipo fluyen casi a diario. Te enfadas contigo mismo pero lo proyectas en todos los que te rodean, para luego entrar en razón y dejar paso a la culpa y el arrepentimiento.

Es agotador. 

A pesar de todo, vale la pena. Sí, aquí estamos deseando que pasen unas cuantas semanas más, que la peque interactue y responda, que aprenda a aguantar la cabeza sola (esto de manejar recién nacidos es un talento adquirido). Y sí, sé que probablemente me arrepentiré y algún día querré volver a tenerla así de peque, acurrucada en mis brazos, con mirada curiosa y medias sonrisas por accidente. 

¿Sabéis qué? Ya casi que no estoy tan cansada. Esos ojitos lindos te curan todos los males. O quizás es que han llegado las pizzas... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario