Habrá quien diga que es un mito, pero para mí es una realidad. Lo noto en mi día a día porque me cuesta más concentrarme, y cuando lo consigo no aguanto tanto tiempo como antes. Lo noto porque pongo especias en la nevera y me dejo cosas (principalmente el teléfono) en los rincones más absurdos. Lo noto porque mezclo idiomas al hablar y cuando me hacen preguntas tardo considerablemente más en responder. Me cuesta pensar.
Si uno lo piensa bien, debe ser normal.
Ayer tuvimos visita y estuvimos jugando a unos cuantos juegos de mesa. A medida que avanzaba la tarde, mi capacidad de estrategia y mi creatividad disminuían. Hacia el final, probamos un juego de alta velocidad en que los reflejos son muy necesarios y ahí me di cuenta, una vez más, de que he pasado de liebre a tortuga en cuestión de semanas. Y no una tortuga de estas que nadan deprisa, no... una de las de tierra, enormes y vetustas, lentas como nada.
Otra más de las delicias de estar embarazada. Para colmo mi trabajo es mayormente intelectual, así que a medida que mis capacidades empeoran, mi eficacia se ralentiza.
¿Mi estrategia para no volverme loca del todo? Reducir mis expectativas y conformarme con lo que pueda hacer. Descansar mucho y no pedir tanto. Esa es la idea, al menos. De la teoría a la práctica luego hay un trecho... :)
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