viernes, 20 de febrero de 2015

Un ejemplo de bobería gestacional

Bobería (o idiotez) gestacional es el término que me acabo de inventar equivalente al inglés pregnancy brain. Porque sí.

Un buen ejemplo es la historia a continuación, la cual tuvo lugar ayer de camino al trabajo.

Salí de casa un poco antes de lo necesario, con la idea de parar en la gasolinera de camino a la universidad. El precio de la gasolina estaba al equivalente de 1.35€ el litro, lo cual aquí es barato, así que paré.

Aparqué el coche al lado de los surtidores (en esta gasolinera en particular hay dos surtidores por estación, 4 estaciones en total). Salí y me dirigí a la máquina a introducir mi tarjeta. Introduces el PIN, seleccionas el número de surtidor que vas a usar, y llenas el depósito. El importe se descuenta automáticamente de la tarjeta que has usado. Hasta ahí ningún problema.

Volví al coche, agarré la manguera y me dispuse a llenar el tanque. No funcionaba. Apretaba y apretaba y el contador seguía marcando cero. Al cabo de unos segundos, volví a la máquina de pago y pedí el recibo. 0 litros, 0 coronas. 

Decidí que el problema no era mío sino del surtidor, y cambié a otra estación. Repetí la operación, con exactamente el mismo resultado: 0 litros, 0 coronas. En ese rato, llegó una señora a usar el surtidor que a mí antes me había fallado. Ilusa de mí, me entretení esperando la confirmación de que, efectivamente, el problema no era mío sino del surtidor en cuestión. La señora no tuvo ningún tipo de problema al repostar, se subió a su coche y se fue. 

En ese momento noté lo obvio. Había dos surtidores por estación, uno para Diesel y otro para gasolina de 92 y 95 octanos. Ergo, antes de poder repostar con la manguera de gasolina, había de seleccionar cual de las dos versiones quería para mi coche. Me invadió la alegría (y por algún motivo el orgullo). Volví a la máquina a introducir mi tarjeta por tercera vez. Volví al surtidor. Apreté el botón del 95. Nada. Volví a apretar. Nada. Después de un par de intentos más, me di cuenta de que en realidad no estaba apretando un botón sino una pegatina. Señoras y señores, una pegatina. El botón en cuestión quedaba unos 20 centímetros más arriba - en mi defensa, fuera de mi campo de visión en aquél momento. Apreté el botón (esta vez el de verdad). Nada. Apreté con furia, y entonces sucedió: la pantallita señaló el precio por litro de gasolina, y pude, finalmente, repostar. 


Por suerte, suelo salir siempre con tiempo suficiente por este tipo de cosas. Porque nunca se sabe lo que puede pasar, o cuando tus neuronas van a decidir dejar de funcionar y llevarte a un estado de la más absoluta estupidez. Porque no se si lo he mencionado antes, pero en realidad no era la primera vez que usaba esa gasolinera.

Pero bueno, da para una historia entretenida y pedagógica, y al menos nadie salió herido (excepto mi autoestima, claro está).


 

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